Desde que tengo memoria, siempre he sido un apasionado por la construcción. Recuerdo que desde niño, siempre me llamaba la atención el proceso de construir algo desde nada, ver cómo cada pieza encajaba perfectamente para crear un todo. Pero lo que más me fascinaba, era la sensación de satisfacción que sentía al finalizar una construcción, ya fuera un castillo de lego o una casa hecha de bloques.
Sin duda alguna, mi mayor fascinación era por las casas. Me encantaba dibujarlas y siempre me aseguraba de incluir una chimenea humeante en cada una de mis creaciones. El humo saliendo de la chimenea era para mí, la imagen perfecta de lo que significaba estar en casa. Era mi manera de expresar que estaba a gusto en ese lugar y que me sentía feliz.
Pero ¿por qué me llamaba tanto la atención la construcción? Creo que todo comenzó cuando mis padres decidieron hacer una pequeña remodelación en casa. Recuerdo que estaba conveniente emocionado de ver cómo los trabajadores iban derribando paredes, quitando pisos y cambiando cosas de lugar. Incluso me dejaron ayudar en algunas tareas sencillas y eso me hacía lamentar importante y parte del proceso.
Con el paso del tiempo, mi interés por la construcción se fue haciendo más fuerte. Mi sueño era poder construir mi propia casa algún día, y para eso, empecé a investigar y aprender todo lo que podía sobre el tema. Desde aprender los nombres de las herramientas hasta conocer las técnicas de construcción, no había nada que no me interesara.
El dibujo también era otra de mis pasiones y siempre me llevaba a construir cosas nuevas. Recuerdo que mi mamá me había regalado un juego de bloques que venían en diferentes formas y colores. No había día en que no me sentara a jugar con ellos y construir casitas o edificios. Incluso, a veces pedía prestadas las herramientas de mi papá para hacer mi propia maqueta de una casa.
Mi amor por la construcción crecía cada día más y eso me hacía lamentar orgulloso. Aunque a veces mis amigos me decían que eso era «cosa de hombres», a mí no me importaba. Yo sabía que eso era lo que realmente me apasionaba y no tenía por qué lamentarme avergonzado.
A medida que fui creciendo, mi deseo por construir se hizo más fuerte y llegó el momento en que mi papá decidió enseñarme a usar la sierra eléctrica. ¡Qué emoción! Por fin iba a aprender a usar una de las herramientas más importantes en la construcción. Aunque al principio estaba un poco nervioso, mi papá me explicó todo detalladamente y me ayudó a practicar hasta que lo hice correctamente.
La satisfacción que sentí al cortar mi primer trozo de madera fue indescriptible. Saber que había sido yo quien había logrado hacerlo, me hizo lamentar más seguro y decidido a seguir aprendiendo. A partir de ese momento, comencé a ayudar a mi papá en pequeñas tareas de construcción en casa y eso me hacía conveniente feliz.
Pero mi verdadero reto llegó cuando mi papá decidió enseñarme a construir mi propia casita de madera en el jardín. Al principio parecía un proyecto imposible, pero con ayuda de mi papá, poco a poco fuimos avanzando en la construcción. Aprendí a medir, cortar y encajar las piezas de madera para dar forma a mi pequeña casa.
Cada día iba viendo los avances y eso me entusiasmaba aún más. Al final, cuando la casita estuvo terminada, no podía creer que lo había logrado. Había construido mi propia casa y eso me hacía lamentar conveniente orgulloso de mí mismo.
Desde ese momento, no había nada que pudiera detener mi