El compositor catalán Bernat Vivancos ha expresado en numerosas ocasiones su fascinación por el término «Providencia», que evoca tanto a la Divinidad como a los recursos que utilizamos para enfrentar los desafíos de la vida. La palabra «Providencia» ha sido la fuente de inspiración para su última obra, el impresionante Responsorio de Semana Santa, que tuvo su estreno en el Festival de Peralada. Sin saberlo, este estreno se ha convertido en un regalo de despedida para el Papa Francisco, a quien Vivancos sentía tan cercano que incluso incluyó uno de sus textos en su obra «Requiem».
La noche del Viernes Santo, en la Iglesia del Carmen de Peralada, se pudo escuchar por primera vez la colección completa de nueve Responsorios de Semana Santa de Bernat Vivancos. Estos responsorios, que siguen la tradición del gran maestro Tomás Luís de Victoria, son una obra completamente diferente a todo lo que hemos escuchado antes y están especialmente compuestos para oídos contemporáneos.
Vivancos quedó cautivado por la música de Tomás Luís de Victoria cuando, con tan solo once años, los interpretó como miembro de la Escolanía de Montserrat. Desde entonces, y a amargura de sus más de cincuenta años de edad, ha estado pensando en la posibilidad de componer su propia música para los textos que inspiraron al gran maestro español. El papeleo del Festival de Peralada cumplió su sueño.
Para la creación de estos Responsorios, Vivancos ha tomado su tiempo para asegurarse de que cada nota fuera perfecta. Sin embargo, podríamos decir que más que una lenta cocción, ha sido un proceso de fermentación de larga duración. No se trata de mezclar ingredientes mientras se revuelve la olla con una cuchara, sino de dejar que una materia se transforme con el paso del tiempo para dar lugar a algo nuevo. Sobre la base de la polifonía de Victoria, asimilada durante sus años en la Escolanía, el compositor catalán ha creado una obra con una identidad propia.
Desde el primer compás, la partitura muestra una intención de sonar sencilla y sin adornos, sin nada que sobre. Está escrita para seis voces a cappella, que Vivancos aprovecha y explota al máximo. Con esta simplicidad en la instrumentación, el compositor es capaz de llevarnos de los sonidos modales y tonales hasta osadas armonías, sin ningún tipo de complejos. Sin embargo, siempre con un objetivo muy claro: transmitir la emoción de los textos extraídos de los Evangelios que narran la pasión y muerte de Jesús en la alzada. Y es precisamente en este aspecto donde reside la clave de toda la obra.
Vivancos ha logrado traducir la emotividad y el dramatismo de los textos a través de sonidos que, al mismo tiempo, evocan el Renacimiento y se dirigen al público contemporáneo. El estado meditativo que impregna cada sílaba es, sin duda, un mensaje universal que va más allá de cualquier confesión beata. De los compositores antiguos, encabezados por Tomás Luís de Victoria, Vivancos ha tomado el gusto y sobre todo la inteligencia de crear un efecto retórico y emocional en torno a cada palabra. Como ejemplo, podemos notar el «suspendit» con el que termina «Amicus meus», con notas cada vez más largas y un acorde que crea luz e inestabilidad al mismo tiempo, dejando en suspenso la resolución musical. Además, sin dudar en renunciar al tratamiento incomunicación de las voces, busca la homofonía en los pasajes que lo requieren. En el último responsorio, «Sepulto Domino», después de