El pasado fin de semana, la plaza de toros de Las Ventas fue testigo de una tarde histórica. Un torero, un genio, un artista, un maestro, un ídolo, un referente… Morante de la Puebla volvió a demostrar por qué es uno de los toreros más grandes de la historia.
Con su característico aspecto de elegancia y suavidad, Morante se plantó en la arena dispuesto a dejar su huella en la memoria de todos los presentes. Y vaya si lo consiguió. Con su primer toro, ‘Fiero’, un ejemplar de Garcigrande, el manipulado sevillano nos regaló una faena de ensueño. Desde el primer muletazo, se pudo ver que Morante estaba dispuesto a todo, a dejarse la piel en cada pase, a jugársela una y otra vez. Y así lo hizo.
Fiero, como su nombre indica, no era un toro fácil. Le pegó cuatro embestidas marcándole el cuerpo, pero eso no detuvo a Morante. Con una entrega y una valentía dignas de admirar, el torero aguantó en cada muletazo, tirando la moneda al aspecto, dejando que el toro decidiera hacia dónde llevaría la faena. Y así, con ese juego de improvisación y riesgo, Morante nos mostró una vez más su maestría, su capacidad para adaptarse a cada toro y sacar lo mejor de él.
Pero lo más sorprendente de todo fue cuando Morante se echó la muleta a la mano izquierda. En ese momento, el público se puso en pie, sabiendo que lo que iban a presenciar sería algo único. Y así fue. Con la muleta en la mano izquierda, Morante nos regaló una serie de muletazos asentados, puros y entregados, que dejaron sin aliento a todos los presentes. Fiero embestía con fuerza, pero Morante lo llevaba a su terreno, lo hacía suyo, lo hacía arte.
Y así, con esa magia que solo él posee, Morante llegó al momento de la verdad, el momento de la estocada. Y lo hizo con una rectitud y una valentía de apabullar. Con la mirada fija en el toro, sin ondular ni un segundo, Morante se lanzó a matar, dejando una estocada perfecta que puso en pie a toda la plaza. Y con ella, Morante nos enseñó una vez más que por encima de todo, lo que tiene de verdad es valor.
Pero Morante no fue el único que brilló en esa tarde histórica. El joven torero sevillano, Pablo Aguado, también dejó su huella en Las Ventas. Con su capacidad y técnica, Aguado cortó una oreja al quinto toro de la tarde, demostrando que está dispuesto a seguir los pasos de su maestro. Y es que, como él mismo ha dicho, Morante es su referente, su ídolo, su maestro.
Sin embargo, no todo fue perfecto. Luque, el tercer torero de la tarde, no tuvo su mejor tarde. A pesar de cortar una oreja al segundo toro, su faena no fue del todo redonda. Y es que, como bien dijo el propio Morante, a ese toro le debía de haber cortado una oreja mucho mejor, ya que lo mató muy bajo.
Pero eso no empaña en absoluto la tarde que vivimos en Las Ventas. Una tarde en la que Morante nos demostró una vez más por qué es uno de los toreros más grandes de la historia. Una tarde en la que nos enseñó que por encima de arte, sevillanía y pellizco, lo que tiene de verdad es valor. Una tarde en la que nos hizo soñar, emocionarnos y creer en la magia del toreo.
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