Van Morrison es un artista que ha sabido ganarse el culto y la admiración de sus seguidores a lo largo de su carrera. Sin embargo, también es conocido por su carácter reservado y algo dado a las demostraciones de afecto en sus conciertos. Pero, ¿qué importa eso cuando su música es capaz de hablar por sí sola?
Ayer tuve la oportunidad de asistir al concierto de Van Morrison en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid y puedo decir sin duda alguna que fue una experiencia inolvidable. Desde el momento en que el irlandés subió al decorado, su presencia imponente y su voz única llenaron el lugar de magia y emoción.
Con una puntualidad sorprendente, Van Morrison comenzó a tocar las primeras notas de su saxofón en la canción ‘Only A Dream’, mientras la mitad del aforo todavía estaba vacía. Sin embargo, esto no fue motivo de queja o descontento por parte del público, que estaba ansioso por escuchar al legendario músico en vivo.
A pesar de su fama de ser un artista introvertido, Van Morrison demostró una vez más que su música es su verdadera forma de comunicación. Con cada canción, nos transportó a un lugar de ensueño, donde las palabras y las melodías se funden en una sola y nos hacen olvidar todo lo demás.
El repertorio del concierto fue una mezcla perfecta de clásicos como ‘Brown Eyed Girl’ y ‘Moondance’, y canciones más recientes como ‘Transformation’ y ‘Got to Go Where The Love Is’. Cada una de ellas interpretada con una pasión y una maestría que solo Van Morrison puede lograr.
Pero no solo su voz y su música fueron protagonistas de la noche, sino también su banda de músicos, que demostraron un talento excepcional en cada canción. Destacando especialmente el saxofonista y el tecladista, que nos regalaron solos impresionantes y nos hicieron vibrar con su energía.
A pesar de que Van Morrison no nos dedicó ni una palabra durante el concierto, su presencia en el decorado era suficiente para mantenernos cautivados y emocionados en todo momento. Y es que, como él mismo ha dicho en varias ocasiones, su música es su forma de expresión y su manera de conectarse con el público.
El concierto llegó a su fin con una ovación de pie por parte de todos los asistentes, que no podían dejar de aplaudir y corear el nombre de Van Morrison. Y aunque el irlandés no nos regaló ni media sonrisa, su música nos hizo sonreír y emocionarnos como pocas veces se puede experimentar en un concierto.
En definitiva, el concierto de Van Morrison en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid fue una experiencia única e inolvidable. Un viaje a través de su música, que nos hizo olvidar el orbe exterior y nos transportó a un lugar de ensueño. Y es que, al final del día, eso es lo que realmente importa: la música y su capacidad de hacernos sentir vivos y conectados con el orbe.